
Por Armando Avalos
En una oportunidad cuando era reportero, iba en la camioneta de Latina por el Centro de Lima con mi camarógrafo y mi auxiliar. Paramos en un semáforo y se nos acercó un niño de unos 9 años vendiendo caramelos. Quise hacer un experimento con el pequeño. Le dije que pese a verme en terno y salir en la tele, no tenía ni un sol y no había desayunado. El niño me miró con extrañeza. Luego le dije que si en vez de venderme el caramelo, me podía invitar uno, porque tenía hambre.
El pequeño miro su bolsa, sacó un caramelo y me lo dio. Su gesto me conmovió hasta casi las lágrimas. Cogí el caramelo y le dije que esperara un segundo. Saque una moneda de 5 soles y se la regalé. Recuerdo que le dije algo así: “Hoy me has dado una gran lección. Que no todo se hace por dinero y que tienes un gran corazón”.
La nobleza que me demostró ese niño nunca la olvidé y a lo largo de mi carrera, fueron niños los que me han dado las mejores lecciones de vida. Los niños son como las estrellas y no hay suficientes, decía la madre Teresa de Calcuta. Son seres que iluminan el mundo y muchos adultos no comprenden a veces que el mejor medio para forjar buenos niños es hacerlos felices.
Pitágoras decía “enseña a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Nunca subestimen el poder del corazón de un niño. Si todos volviéramos a despertar más seguido el niño que tenemos internamente el mundo sería mejor. La oportunidad de formar a un hombre desde pequeño es un privilegio y un regalo de Dios.
Cuando vaya por la vida y busque sabiduría, converse con un niño. Ellos no tienen el corazón contaminado y hablan con el alma libre como una niña llamada María que conocí en Pucallpa.
En esa ocasión hacia un reportaje en el pueblo de Santa Marta. Cuando entrevisté a la niña le pregunté: ¿Qué te gustaría estudiar cuando seas grande? La niña bajó la mirada y dijo que quería ser enfermera. La pregunté por qué y su respuesta me dejó un nudo en la garganta.
La niña me dijo que quería ser enfermera para salvar vidas. Porque en su pequeño pueblo no había posta médica ni farmacia, ni medicinas y ella había visto morir a muchos de sus amigos y familiares sin atención.
Entonces le pregunté: ¿Qué te gustaría que te regalaran por navidad? Su respuesta fue tan contundente como conmovedora. Me dijo que ella sería feliz si en navidad recibía de regalo “un cuaderno” y así poder estudiar.
Viajé a Pucallpa y con mi hija, compramos varios cuadernos, lapiceros, y colores. Con la ayuda del Coronel de la Policía, Juan Silva Bocanegra, le envié a su alejada comunidad esos útiles escolares que ella soñaba. Era la forma de agradecer a esa niña por recordarme el valor de la vocación.
Lo mejor que le podemos dar a un niño es afecto. Es un arma invalorable para su desarrollo. El Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami, investigó el efecto de las caricias en los recién nacidos y halló que el simple hecho de una caricia maternal reducía dramáticamente los ataques de apnea o muerte de cuna.
Además, los niños prematuros que recibían el arrullo y el canto dulce de un padre aumentaban hasta un 47% más rápido de peso. También hallaron que los bebes que eran tocados suave y amorosamente todos los días, tenían un mejor desarrollo de sus reflejos, mayor resistencia a las enfermedades y tenían mejor estado de ánimo conforme iban creciendo.
Charles Paul de Kock decía que los niños adivinan qué personas los aman. Es un don natural que con el tiempo se pierde. Otra de las cosas que debemos rescatar de los niños es su curiosidad y creatividad.
Una vez le pregunté a un grupo de estudiantes de una Universidad cómo harían para dividir en partes iguales 9 manzanas entre 11 niños y todos se quedaron pensando y no respondieron. Entonces les dije que la respuesta me la dio una vez una pequeña de 8 años. La niña me dijo emocionada: “! Fácil hago un jugo con las manzanas y se las sirvo a los niños en tazas!”. Fue fenomenal. Marilyn Kourilsky de la Universidad de California en un estudio concluyó que el 97% de los niños de jardín son creativos y solo 3% establecen sus pensamientos de manera estructurada, es decir, siguen las normas establecidas. Al termina el colegio, las cosas cambian. 46% de los jóvenes piensan creativamente, mientras el 54% restante lo hace de forma estructurada.
Luego añade que el proceso creativo se sigue deteriorando en la medida en que el individuo crece. A los 30 años, solo un 3% de personas suelen ser creativos y tienen pensamiento holístico y original, en contraste con el 97% de personas que mantienen un pensamiento que busca la ortodoxia y lo socialmente correcto.
El educador español José Antonio Fernández Bravo dice que fueron los niños los que le enseñaron a enseñar. “Me enseñaron a callar para que hablaran ellos. Son tus silencios los que conquistan su voz”, decía tras recordar las ocurrencias y la sabiduría infantil de sus alumnos.
Quisiera terminar este artículo agradeciendo a un niño de 10 años que una tarde me enseñó el valor del aprendizaje. Cuando me preparaba para postular a la Universidad, una tarde iba cansado de tanto estudio en el ómnibus. Bajé molesto y vi echado en el piso a un niño de 10 años tratando de leer un periódico roto que alguien había arrojado a la calle.
Su esfuerzo por deletrear cada palabra y sus ganas de aprender fue una bofetada tan dura para mí. Esa tarde me dije: “Yo tengo un hogar, la posibilidad de estudiar y salud y me quejo. Miren a ese niño que tiene que trabajar vendiendo en la calle y aun así busca la forma de aprender a leer solo. Ese niño es un valiente y yo un imbécil”.
Nunca más volví a quejarme y ejemplos como el de ese pequeño han sido siempre un aliciente y me enseñó a nunca juzgar un libro por su tapa. Que la humildad está en inclinarse ante la grandeza de un niño y que solamente podemos dejarles a los hijos como legado raíces para valorar lo que tienen y alas para volar.