Escribe: Armando Avalos
Benito Paco estaba sentado al borde su cama, estaba solo, con una bolsa de insecticida y con la foto de su esposa que tanto amó y que un fulminante cáncer se la arrebató. Estaba en la casa que le construyó a ella en Huancayo y que estaba a punto de perder por un embargo. Benito fue mi amigo, mi compañero de trabajo y era una persona que amaba la vida. El día que decidió acabar con su vida, hizo dos llamadas a sus dos amigos más cercanos para despedirse con una frase “los quiero mucho, siento a verlos defraudado”.
Siempre recordaré su sonrisa. Cuando le decía “¿Qué tramas mi cholo?” y me hacía bromas y luego cogía su cámara fotográfica y salíamos a buscar la noticia cuando trabajábamos juntos en los diarios Ultima Hora y Onda. El día que me enteré de su muerte no podía creerlo. Él trabajaba por esos días para el diario Correo en Huancayo. Aquella trágica fecha se convirtió en la noticia de la página policial que tantas veces se llenaba con las fotografías que él tomaba.
Benito Paco pasó a engrosar una dramática estadística en el Perú. Cada día un peruano decide acabar con su vida. Según estadísticas del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado Hideyo Noguchi” del Ministerio de Salud, las cifras de suicidio crecen preocupantemente. El 2018 se autoeliminaron 385 peruanos y este 2019 la cifra tiende a ser mayor. Solo en el primer trimestre ya se habían suicidado 110 personas.
Las edades van de los 18 años a los 60 y a razón de dos hombres por una mujer. En un 90% de los casos las causas estuvieron relacionadas a problemas mentales como depresión, trastorno bipolar, esquizofrenia o abuso de las drogas, seguido por acoso escolar, ciberbullying, maltrato familiar, fracasos amorosos o académicos y crisis de estrés por problemas de salud o económicos.
Los suicidios son un problema de salud pública que a veces preferimos no ver. Una ceguera a una problemática que cada año, provoca en el mundo, la pérdida de 800 mil personas. Si 800 mil personas. Es como que si todos los habitantes de los distritos limeños de Comas y Carabayllo decidieran un día poner fin a su existencia al mismo tiempo.
A veces nos preocupamos de los robos, los crímenes, los feminicidios, las guerras y no reparamos en que más personas mueren por decisión propia que a manos de la violencia en sus diferentes formas. Y muchas, por no decir todas o casi todas, pudieron evitarse y detectarse a tiempo si de verdad quienes rodeaban a estas personas habrían puesto atención y le habrían brindado ayuda. A veces simplemente actos como escuchar a la persona que se siente sola y pide a gritos ayuda.
Científicos en el año 2000 estimaron que ese año, por todas las guerras que hubo en el planeta murieron 310 mil personas, que en cambio 512 mil fueron asesinadas en robos o crímenes violentos y 830 mil se suicidaron. Dos años después, en un año más pacífico en el mundo, detectaron que de las 57 millones de personas que murieron el 2002, 172 mil fueron víctimas de conflictos bélicos en sus países, 569 mil murieron por crímenes y 873 mil seres humanos sintieron que no valía la pena vivir y se autoeliminaron.
La Organización Mundial de la Salud el 2018 concluyó que el 79% de los suicidios se produjo en países pobres y de medianos recursos. El 20% de las personas decide acabar con su vida envenenándose y el resto usando armas de fuego o ahorcándose.
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Y un tema preocupante es que la OMS determinó que solo 38 países han informado que cuentan con estrategias nacionales de prevención del suicidio. En el Perú políticas de prevención lamentablemente no existen. Si bien cada día un peruano se mata, ese mismo día habrá en el país otras 20 que intentaran acabar con su vida agobiadas por los problemas y sentir que no pueden superarlos. Eso quiere decir que al menos 4 mil peruanos al año intentaran suicidarse.
Señales más allá de las cifras.
Habrá quienes defienden la voluntad de una persona de acabar con su existencia. Las razones que lo lleven a esta drástica decisión pueden ser muchas y nadie está para juzgarlas y lo máximo que podemos a veces es entenderlas. Pero como seres humanos, si está en nuestra posibilidad, hay que luchar por evitarlas, porque lo único que tenemos al llegar a la existencia, es la vida misma. Es lo único que conscientemente podemos decir que tendremos y si decidimos acabar con ella, ¿habrá valido de algo nuestro paso por la tierra?
Cuando alguien se suicida provoca un trauma imborrable en sus familias y personas más cercanas. Aquellas que siempre se culparan de no haber hecho lo suficiente por evitarlo. Algunos lo consideran un acto egoísta y que deja por ejemplo a los hijos, un mensaje de desprecio por la vida, aquella que ahora ellos tendrán que afrontar solos.
Habrá quienes lo consideren un acto valiente o una voluntad que se debe respetar. El debate puede ser largo y apasionado. Pero que sería del mundo ¿si apostáramos por terminar con la vida como una forma de evitar o salir de nuestros problemas? Y creo que muchas de las personas que se suicidan llegan a este punto luego de un largo proceso. Que si recibieran la ayuda para superar esas crisis, encontrarían una luz al final del camino. Una luz de esperanza y que les haga ver que la vida es hermosa y es lo único de valor que tenemos.
Una vez me pregunté en qué extremo se me cruzaría por la mente suicidarme. Yo amo la vida y la considero un viaje extraordinario y un regalo de la naturaleza. Pero esa tarde, me dije a mi mismo, quizá podría ser sólo en el caso que perdiera a mi esposa y a mis hijos. Ahí me respondí, “creo que en ese caso, no tendría muchas razones para vivir”. Al paso de unos meses, como periodista cubrí la historia de una valerosa mujer que en un accidente de carreteras, vio morir a su esposo y a sus tres hijos. Se quedó sola en el mundo. Y esa mujer decidió seguir viviendo y luchar contra los choferes irresponsables que causan la muerte de tantos inocentes y que en su caso la mutiló para siempre. Le arrebató lo más sublime que tenía. Ella lleva en su sala las fotos de su esposo y sus hijos y les prometió que su muerte no sería en vano. Esa tragedia destruiría a la mayoría de los seres humanos, pero esa mujer encontró un sentido a su vida, al buscar justicia y luchar para que otras personas no pasen lo que ella vivió. Recuerdo que un día me dijo: “Creo que mis hijos que me ven en el Cielo, no querrían verme triste ni que acabe mi vida. Ellas querrían verme feliz como yo quería eso para ellos. Y por eso sigo luchando en la vida y cuando me los vuelva a encontrar al final de mis días, los abrazare y estaré tranquila a su lado”.
El día que Benito Paco estaba sentado en su cama con la bolsa de insecticida, quería ayuda. El hizo dos llamadas telefónicas. Una a su amiga Charito quien acababa de perder a su cuñado el Sub Oficial de Primera Cesar Ramos Peralta en una emboscada terrorista y donde murieron otros 3 policías.
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Charito estaba destrozada por la perdida y en ese momento recibió la llamada desesperada de otra alma destruida como ella. La de Benito. “Yo debo haberme muerto y no tu cuñado. Yo estoy viejo y él estaba tan joven. No olvides que te quiero mucho amiga”, le dijo Benito por el teléfono.
Charito recuerda que por el dolor que sentía, le dijo a Benito que la llamara más tarde y le colgó. Unos segundos después de esa llamada, seguro mientras tenía el vaso con agua e insecticida en la mano, Benito hizo una segunda llamada. Esta vez a su jefe del diario Correo, Manuel Morales.
Benito, horas antes había sido asaltado y le habían robado la cámara fotográfica de la empresa que trabajaba. Era la última cosa terrible que le había sucedido en esos días. “Gracias jefe por todo. Discúlpeme por haberle fallado a usted y a mi familia” y colgó él esta vez. Su jefe sintió en la voz de Benito desesperación pero algo más, un grito silencioso de auxilio.
Manuel Morales, corrió sin pensarlo dos veces a la casa de Benito, ubicada en el Cerro Los Ángeles, pero llegó muy tarde. Benito se había envenenado. Los médicos luego determinaron que el insecticida no fue lo que lo mató, sino su propio vómito que lo asfixió. Si alguien habría llegado a tiempo, quizá se habría salvado.
El psiquiatra Fredy Vásquez afirma que el suicidio no es una decisión inesperada o silenciosa. El 90 por ciento, afirma, hace saber su intención. Ahí es importante que la familia alerte a los especialistas o personas de confianza, si escuchan frases o señales de la persona de querer autoeliminarse.
Frases como: “pronto estarán mejor”, “ya verán de lo que puedo ser capaz”, “me iré lejos”, “dejaré de ser un problema”.
En ese momento, hay que ayudarlo a buscar una ayuda profesional o llevarlo a una persona que influya positivamente en ella.
Para entender a Benito
Cuando conocí Benito Paco, su sueño era construirle bonita una casa a su esposa. Vivía en un cuarto alquilado en el cono norte de Lima y lo que ganaba como fotógrafo no le alcanzaba. Cuando me fui a la televisión, le perdí el rastro y muchos años después lo volví a encontrar en Huancayo cuando fui a grabar un reportaje. Recuerdo que estaba con mi camarógrafo grabando y alguien me golpeó la espalda. Volteé y vi a Benito con esa sonrisa de palomilla que siempre ponía. “! Negro por fin te acuerdas de los pobres!” me dijo y se carcajeó. Ahí me contó que ya había logrado comprar un terrenito, y construir su casita para él y su esposa. Que dos de sus hijos estaban en Lima estudiando y se había quedado con la menor en Huancayo y que
ésta quería ser periodista como él. Era su engreída y la llevaba siempre a la redacción del diario Correo para que vaya viviendo el mundo de la noticia.
Me despedí de él y luego los colegas me contaron lo que le tocó vivir. Al poco tiempo, su esposa comenzó a sentir dolores y viajó a Lima para encontrar las causas. Tras una cirugía menor los médicos encontraron algo que no les gustó. Determinaron que la esposa de Benito tenía cáncer a los ovarios. Lamentablemente el cáncer se expandió muy rápido. Los galenos desahuciaron a la mujer y Benito decidió llevarla a morir en el “castillo” que él un día prometió construirle.
Ahí en su casita que tanto lucharon ambos. Benito vio partir a su esposa. Entró en una larga depresión. Ya no sonreía como antes. Sus hijos y amigos le dijeron que tratara de rehacer su vida y Benito encontró luego a una joven mujer que vendía jugos. Comenzó una relación y la mujer
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le pidió ayuda económica. Benito le prestó sus ahorros y lamentablemente la mujer no pagó al banco.
Meses después, A Benito le llegó una orden de embargo por falta de pago de esa deuda que él avaló. Fue a reclamar a la mujer sin éxito. En ese momento, Benito sintió que le había fallado a su familia, a la memoria de su esposa. Estaba a punto de perder esa casa donde una tarde, veló a la madre de sus hijos, a quien despidió con un abrazo y un beso en su cama. Se sintió consumido por la pena y la depresión. Salió pensativo por las calles de Huancayo con dirección primero a su trabajo. Triste ingresó a un local y tomó unas cervezas en un intento por olvidar su dolor.
Cuando salió del local, dos delincuentes que lo habían visto, lo siguieron y le arrebataron a golpes la cámara nueva que la empresa le había dado. Benito en ese momento decide no ir al periódico y regresa al único lugar que le traía bonitos recuerdos. Su casa.
Compró en el camino un insecticida y al llegar a su casa, se sentó en la cama donde un día le dijo a Dios a su esposa.
Fue encontrado sin vida, con la bolsa de insecticida cerca de su cuerpo y con la foto de su esposa reposando en la cama que significaba tanto para él. Conociendo a Benito, prefirió irse antes de ver que le quitaran su casa, la cual pensaba no podría salvar sin trabajo, porque creía que lo iban a despedir por el robo de su equipo fotográfico.
Sintió defraudar a su hija que lo veía como un ejemplo a seguir, seguro se sintió solo y sin fuerzas. Llamó a los amigos pero no llegaron. Quienes lo conocimos no podemos dejar de sentir un gran dolor por su muerte. Fue su decisión dejarnos, pero me habría gustado estar cerca para rescatarlo. Para abrazarlo y decirle que no lo hiciera. Que haría una pollada o lo que sea para que recuperara su casa. Que lo quería mucho y que lo que más extrañaré será su sonrisa.
Benito es para algunos un número más en una fría estadística. Para los que lo conocimos fue un amigo que ya no está. Y un recordatorio que cuando tengan a alguien que valoren en la vida, díganle lo mucho que lo quieren. Escúchenlo y si está en sus manos ayúdenlo. La vida es hermosa y con personas como Benito habría sido mejor.