G-RFHJ2C8J3K

LO QUE SENTIMOS LOS HOMBRES, CUANDO VEMOS A UN HIJO POR PRIMERA VEZ

PADRES E HIJOS

Por Armando Avalos
Cuando iba al Hospital Rebagliatti por mi cabeza pasaban muchos pensamientos. Sabía que mi esposa había tenido un parto por cesárea y que mi hijo había llegado al mundo con mucho trabajo y por unos segundos no había respirado. Como yo, había muchos padres esperando en una salita a que los llamaran. Cuando me hicieron pasar, mi corazón se nubló de dolor, al ver a un hombre que lloraba desconsoladamente y abrazaba a sus familiares. Pedía a Dios fuerza para soportar la prueba que el destino le había puesto. Su hijo había nacido con una penosa enfermedad y “solo queda ser fuertes” le decía la enfermera.

Mientras miraba esa escena, otra enfermera me grito ¡que pase el papa del niño Avalos! Ingresé a una sala donde había muchas incubadoras. La enfermera me dijo: “Solo puede estar unos minutos. Su bebé lucho mucho por vivir. Ya está mejor. Es grande y bonito. Se recuperará”.

Cuando me acerqué, vi a Renzo, echado en esa caja de vidrio con muchas sondas pegadas a su cuerpecito que registraban sus pulsaciones en varias máquinas. Unas mangueras de oxigeno conectados a su nariz. Estaba boca abajo y respiraba como alguien que habría corrido por horas y estaba agotado.

La enfermera me miró con ternura y aproveche para preguntarle si podía tocarlo. Me dio unos guantes quirúrgicos y por uno de los orificios de la incubadora, toqué los pies de Renzo y su espaldita. Juré esa mañana protegerlo si es preciso con mi vida y agradecí a Dios por enviarme otro ángel más para cuidar en este mundo.

Para un hombre, el ver a un hijo por primera vez es un momento muy especial y a la vez extraño. Se mezcla el temor, la incredulidad y una ternura al ver a un ser que se parece a uno y a la mujer que uno ama. Es algo maravilloso.
Pero a la vez, es muy singular, porque si bien los hombres amamos a nuestros hijos antes de que nazcan, ese amor comienza en verdad a crecer como un iceberg que salta por los aires a partir que los tenemos ya en nuestros brazos.
Es diferente a la mujer que lo lleva en su vientre y es parte de ella. Es la que le da vida y lucha por traerlo al mundo. Pero ello, no resta que para nosotros, la llegada de un hijo revolucione nuestra vida.

La psicóloga Meritxell Sánchez, sostiene que para el hombre, el embarazo de su pareja, lo sumerge en un torbellino de sentimientos fuertes y contradictorios. Ahí se mezclan el entusiasmo con otras sensaciones menos agradables, como el sentirse excluido, el temor, la incertidumbre a la inseguridad económica y el pánico a que podamos perder a nuestra esposa y a nuestro hijo el día del parto.

La sociedad nos dice que debemos ser fuertes y al asumir el rol de papá, todos esperan que seamos los que dirigen la situación, pero es también el momento en que nuestra debilidad la llevamos por dentro.

La naturaleza es sabia. Cuando nos convertimos en padres, sufrimos cambios hormonales que nos preparan a sentirnos más sensibles. Experimentamos un aumento de andrógenos y disminuye en nuestro cuerpo la testosterona, un viejo truco de la naturaleza para que el macho se haga más “femenino” y además de trabajar sienta la necesidad de cuidar al bebe.

Nunca olvidaré la vez que vi a mi primera hija Bania en los brazos de mi esposa. Sentí que mi corazón latía a mil y vi a mi esposa con otros ojos. Con un halo de nobleza que le daba la maternidad.
El magazine Bored Panda publicó recientemente una galería de fotos de muchos padres que tuvieron la dicha de poder estar al lado de sus esposas en las salas de parto y pudieron ver el dramático, bello y fantástico momento del nacimiento de sus hijos.

Todos, al ver el coraje de sus esposas y esa lucha silenciosa de sus criaturas, no pudieron dejar de derramar lágrimas de satisfacción y comprender que ser padre va más allá de un apellido y de solventar un hogar. Es una bendición que comienza el día que nace un hijo y que no termina nunca.

Por MAURIPOOL