Autor: Armando Avalos
No tenían zapatos. Sus pies desnudos y su uniforme raído era lo que menos importaba en ese momento. Juan Humpire de sólo 9 años, cantaba emocionado el himno nacional del Perú en el patio de su escuela en la localidad de Huampami en el Alto Cenepa en Amazonas. El patio en realidad era un campo abierto y lleno de hierba. Él había llegado desde su caserío a Huampami en un pequeño bote para asistir a la escuela. Tres horas navegando por el rio junto a su hermanito de 6 años. La mañana que lo vi cantar al borde de las lágrimas al Perú junto a sus compañeros del colegio primario de Huampami, sentí un gran respeto y emoción al constatar el amor que mostraban a un país que a veces parece haberlos olvidado.
Juan al igual que muchos de los niños de su escuela son hijos y nietos de muchos de los combatientes de la guerra del Cenepa. Al recorrer su escuela, comprobé cómo dormían en literas que parecían barracas. Sin colchón, sobre cañas aplastadas y unidas por sogas. Tardé más de 26 horas llegar a su alejado pueblo y poder compartir con ellos y grabar un reportaje. Estos niños libraban su propia batalla, contra la pobreza y el olvido.
En ningún momento que estuve con ellos y pese a las limitaciones que sufrían, sentí en alguno de ellos rencor, ni resentimiento. Cantaban con las manos posadas en su pecho y me decían emocionados sus sueños de llegar a ser profesionales y mejorar la realidad de su pueblo.
Esos niños me dieron una lección de vida muy grande de lo que debe ser el amor sin condiciones a la patria. Hace poco se conmemora en el Perú el Día de la Bandera, en honor al sacrificio que hicieron 1900 peruanos por defender el último bastión peruano en Arica durante la Guerra del pacífico. Enfrentándose a un ejército chileno de 5 mil soldados mejor armado. Lucharon como lo había dicho su Coronel Francisco Bolognesi “hasta quemar el último cartucho”.
La fecha y el recuerdo de los niños de Huampami me impulsaron a plasmar en este artículo el amor que uno nunca debe dejar de expresar por la tierra que nos vio nacer. Por eso decidí graficarlo con una historia real. Con la historia de un patriota. Con el ejemplo de un peruano de a pie, que nos hace valorar en estos momentos, el ser peruano.
¡Que viva el Perú! Gritaban decenas de personas, con lágrimas en los ojos luego de presenciar la película Gloria del Pacífico. Todos se abrazaban y comenzaron a cantar emocionados al Perú. Muchos tocaban las paredes de la Cripta de los Héroes en el Cementerio Presbítero Maestro donde ese día se propalaba la película.
Un anciano llegó con su bastón y abrazó como si fuera su hijo al cineasta Juan Carlos Oganes. Le agarró el rostro y le susurró en el oído. “Gracias por recordarme y hacerme sentir lo mucho que amo al Perú”.
“He llorado mucho por mi país y mucho de emoción al darle como homenaje esta película. Una película que grabé, escribí y tuve que financiar con mi propio dinero porque nadie creía en este
proyecto. Tuve que vender mi propia casa por cumplir mi sueño”, me decía Juan Carlos Oganes, en la entrevista que me concedió en la casa de sus padres en Surco.
Cuando algo te cuesta mucho y lo logras, sientes un orgullo humilde. Es ese orgullo que te hace arrodillar y te hace agradecer a Dios”, me decía Oganes luego de recordar que fueron tres años de grabación de la película sin ningún apoyo. Muchos le decían que hacer una película patriótica “no está de moda”, “no es rentable” o que buscara hacer “algo más comercial”.
Cuando estaba a punto de darse por vencido. Oganes decidió ir a la Cripta de los Héroes en Barrios Altos. Ahí al pie de la tumba de nuestros héroes, Miguel Grau, Alfonso Ugarte, José Avelino Cáceres y Francisco Bolognesi, el cineasta limeño se arrodilló y les pidió ayuda.
“Les recé y les dije que me sentía abandonado por mis propios compatriotas y que me sentía como ellos cuando fueron dejados a su suerte y siguieron luchando. Claro que mi sacrificio no se compara con lo que ellos realizaron. Porque ellos ofrendaron hasta su vida, pero en esencia era lo mismo, era la lucha contra la indiferencia y por sacar a mi país adelante”, me decía Oganes mientras cogía una estatuilla de Francisco Bolognesi que adorna la sala de la casa de su familia.
Dos años después de pedir ayuda a nuestros héroes en un acto desesperado, Juan Carlos Oganes logró terminar su película. El día del estreno, quiso cumplir una promesa que se había hecho. Volvió a la Cripta de los Héroes y frente a la tumba del Coronel Francisco Bolognesi, con los ojos húmedos y el corazón acelerado, el cineasta le dijo: “Misión cumplida mi Coronel. Ahora solo me queda mostrar su gran hazaña al resto de mis compatriotas”.
El éxito de la película fue total. La crítica de cine la catalogó como la mejor película peruana de las últimas décadas. Pero ahí comenzó otra batalla para Juan Carlos Oganes. Las empresas dueñas de las salas de cine, no quisieron arriesgarse a poner la película más de dos semanas y menos en las salas de provincias.
Ahí fue donde Juan Carlos Oganes comenzó cual peregrino, una misión en solitario de llevar él sólo su película a todo el Perú. “Iré por ciudad y ciudad y le daré a mi película algo que no pueden ustedes darle”, le dijo Oganes a uno de los empresarios cinematográficos. ¡Amor! Sentenció. “ Por eso cuando llevo mi película a los municipios, auditorios, colegios y salas privadas en cada provincia, estoy pendiente de todo los detalles, le doy las gracias por venir a cada una de las personas y al final de la película terminamos todos como hermanos que somos, cantando el himno patrio. Eso amigo, no tiene valor”.
La película de Oganes tuvo más de 600 extras, la grabó toda con una sola cámara de video y son muchos los ejemplos de ingenio que tuvo que hacer para concretarla. “Recuerdo que muchos actores y extras cuando estaban horas en el sol y en el frio de la noche donde acampamos, me decían: al estar aquí y vivir lo mismo que vivieron nuestros soldados, sentimos más orgullo y respeto por el sacrificio que hicieron”.
La película narra el momento más difícil de nuestra Nación. Narra hechos que sacaron lo más noble del hombre. Cada soldado que luchó en esa guerra se convirtió en un héroe y merece el
respeto. ¿Cuantos de nosotros estamos dispuestos a dar la vida por nuestro hogar?. Hay que amar nuestro país y para ello hay que conocerlo. Uno no ama lo que no conoce”, me decía sabiamente Juan Carlos Oganes.
Al terminar nuestra entrevista Juan Carlos como al final me pidió que lo llame, me dijo algo que amerita reflexionar.
“Cuando el Coronel Francisco Bolognesi dijo su famosa frase: Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho. Eso es aplicable no solo a una guerra. Un héroe no solo es la persona que muere en un acto bélico. Un héroe es una persona que hace algo extraordinario en un momento extraordinario. Los ambulantes, el obrero que trabaja doble turno para sacar adelante a sus hijos, la madre que cría solo a sus hijos, el anciano que educa con sus últimas fuerzas a su nieto, ellos son héroes anónimos que empujan al país adelante.
Me despedí de Oganes tomándonos una foto. Diciendo ¡Arriba Perú! y sonriendo por la escena. Pero más allá de lo anecdótico, dejaba atrás a un patriota. Un hombre que al igual que los niños de Huampami, aman sin límites a nuestro país. Y es que amar a la patria, es amar nuestro hogar, amar a nuestra familia, es el acto más humano y la base para hacer cosas extraordinarias.